Ben Goldacre: “Pagar por píldoras mágicas es un impuesto a la ignorancia científica”

«No creo que ganemos nunca [la guerra contra la mala ciencia] y tampoco estoy deseando ganar. No me importa que a alguien le timen o que se gaste el dinero en pastillas, me divierte pensar que es una especie de impuesto voluntario sobre la ignorancia científica. Lo que hago lo hago porque considero que la pseudociencia es interesante, creo que dice mucho sobre el papel de la medicina y de la cultura científica de tu país que la gente sea entusiasta de las píldoras mágicas».

Lee la entrevista completa en: Ben Goldacre: “Pagar por píldoras mágicas es una especie de impuesto voluntario a la ignorancia científica” (lainformacion.com) | Imagen: Crispian Jago

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De algoritmos y logaritmos

Por Miguel Ángel Morales Medina (^DiAmOnD^), de Gaussianos

El desconocimiento generalizado de las matemáticas más básicas (del que hasta mucha gente alardea) es una fuente casi inagotable de errores, tanto por parte de la población en general como por los medios de comunicación en particular, que en muchas ocasiones podríamos calificar como auténticas barbaridades. Tanto es así que a escritores como John Allen Paulos les ha dado para escribir libros sobre ellos, como El hombre anumérico o Un matemático lee el periódico.

Cierto es que gran parte de los errores que cometemos en relación con las matemáticas tienen que ver con la estadística, con la interpretación de datos estadísticos o de gráficos de resultados. Posiblemente la razón es que es la rama de las matemáticas con la que más contacto tenemos habitualmente, en nuestra vida diaria. Pero no os voy a comentar aquí algo sobre un error de este tipo, sino sobre una equivocación grave (al menos para mí) a la hora de escribir un término matemático en un titular de un periódico.
El medio en cuestión no es un panfleto de medio pelo, ni mucho menos. Es un periódico muy importante en España, el más leído de los periódicos de información general: El País. Cito textualmente el titular que apareció en la edición digital de El País el día 19 de mayo de 2009:

Google crea un logaritmo para identificar a sus empleados descontentos

¿Ein? ¿Un logaritmo? Estoooo… ¿No será un… algoritmo? Veamos, la noticia trata sobre lo siguiente:

– Un nuevo ——— para identificar a los empleados descontentos.

¿Qué va en ese hueco? Pues, evidentemente, logaritmo. El redactor en cuestión cometió el mismo error otra vez dentro del texto, aunque, como reza el conocido refrán, a la tercera fue la vencida y en la tercera ocasión en la que tuvo que usar la palabrita colocó el término correcto.

¿Cuál es la causa de este error? Pues, bajo mi punto de vista, que el redactor pensara que algoritmo y logaritmo representan el mismo concepto, vamos, una barbaridad lo miremos por donde lo miremos. Pero bueno, se aceptan interpretaciones sobre la causa de esta metedura de pata.
Por cierto, horas después (sí, horas) el titular cambió a

Google crea un buscador para identificar a sus empleados descontentos

y el logaritmo que aparecía en el cuerpo de la noticia pasó a ser el algoritmo que nunca debió dejar de ser.

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Transgénicos en el supermercado

Por J. M. Mulet (Los productos naturales)

Leyendo los comentarios que escribí hace un tiempo sobre molecular pharming (enlace) me di cuenta que tanto entre los indiferentes como entre los detractores del uso de transgénicos es frecuente pensar que los supermercados están llenos de alimentos transgénicos. Sin ir más lejos nuestra ministra de Agricultura Rosa Aguilar cae en el mismo error. La verdad es que los transgénicos están muy presentes en nuestra vida cotidiana, pero no en alimentación.

En Europa solo se autoriza el cultivo del maíz Bt y de la patata Amflora. La patata no cuenta, por que es una variedad de uso industrial destinada a fabricar papel. Por ley cualquier alimento elaborado con maíz transgénico debe ir conveniente etiquetado, algo que asusta a los fabricantes. De hecho España es el principal productor europeo de maíz transgénico, pero este se dedica principalmente a la producción de piensos, que se exportan a países que han prohibido la siembra del maíz Bt como Francia.

¿Eso quiere decir que no haya transgénicos en el súper? No tan deprisa.

Una peculiaridad de la ley es que es muy restrictiva respecto a que variedades se pueden sembrar, pero es absolutamente tolerante respecto a la importación de productos derivados. Por ejemplo, en la India y en Australia se cultiva el algodón Bollard, de Monsanto, resistente al gusano rojo, algodón que importamos, para desgracia de los algodoneros andaluces, que tienen que soportar impotentes como el gusano rojo arrasa sus cosechas y no les permiten plantar variedades tolerantes (pero si comprarlo a terceros paises). De momento ya tenemos que gran parte del algodón es de origen transgénico, esto quiere decir que la ropa, billetes de euro, compresas, tampones y material sanitario es transgénico (o sea, que hay transgénicos en el súper, pero no en alimentación).

No se acaba aquí la cosa. Si en algún producto aparece la palabra enzima esta se habrá producido por ingeniería genética, lo que dicho sea de paso, es muy beneficioso para el medio ambiente. En los detergentes utilizamos enzimas (proteasas) que toleran altas temperaturas. Estos enzimas provienen de bacterias que vivían en fuentes hidrotermales del parque de Yellowstone, en Estados Unidos. Si dependiéramos de este recurso, arrasaríamos el parque, pero una alternativa es coger el gen que nos interesa, meterlo en una bacteria fácil de crecer en el laboratorio como E. coli y cultivarlo in vitro, sin perjudicar al medio ambiente, lo que nos permite, además no tener que renunciar a detergentes más efectivos.

También son de origen transgénico las proteasas de se utilizan en la solución de lavado de las lentes de contacto, o las celulasas que utiliza la industria textil para darle el toque de lavado a la piedra a los pantalones vaqueros. Muchos medicamentos, como la insulina, el interferón o la hormona del crecimiento también se obtienen metiendo genes de Homo sapiens en bacterias. Que no comas transgénicos (que no, que no los comes) no quiere decir que no se utilicen en alimentación. Las enzimas que se utilizan para tratar zumos o harinas, o las levaduras o bacterias utilizadas para la elaboración de pan, vino, cerveza, queso o yogurt son organismos modificados genéticamente (OGM), pero si en el producto final no aparecen, se toleran y no hay que etiquetarlos.

Dicho esto, me siento en el deber de advertirte de que sí hay algo transgénico que puedes ingerir. Si en alguna pastilla lees esto en el prospecto “excipiente: almidón de maíz c.s.p.” y el laboratorio es americano tienes todos los números para que sea maíz transgénico, ya que al ser un medicamento y no un alimento no está afectado por la obligación de indicar su origen transgénico. Así que como ves, el supermercado está lleno de transgénicos, pero ninguno en la sección de alimentación.

PD: Todo lo que he contado en este post es de aplicación en la Unión Europea. Si viajas posiblemente comas transgénicos. En Estados Unidos no hay obligación de etiquetar, por lo que la mayoría del maíz y la soja para consumo es transgénica. En Vietnam, Camboya, Laos y Hawai el 50% de la papaya que se consume tiene un transgen que le confiere resistencia a un virus. Y en China el proceso de autorización y seguimiento es tan confuso y oscuro como su gobierno, por lo que circulan diferentes variedades de arroz, soja y maíz transgénico, además de ser el principal importador de soja argentina. De hecho las importaciones de alimentos de China están siempre en el punto de mira de los controles de aduana, no solo por el tema de transgénicos. Es muy difícil que un alimento que contenga soja se salte este control, pero no se puede asegurar lo mismo para los derivados de soja (aceite, proteínas, lecitina etc…), ya que si no quedan trazas de ADN es imposible de saber si su origen es transgénico o no.

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Algunas cosas que no sabías sobre el placebo (X): El placebo también funciona en animales

«Si ahondamos en el trabajo teórico procedente del estudio del reino animal, vemos que es posible también condicionar los sistemas inmunológicos de diversas especies para que respondan a los placebos, exactamente igual que el perro de Pavlov empezaba a salivar en respuesta al sonido de una campana. Los investigadores han detectado cambios en el sistema inmunológico de los perros cuando se les administra únicamente agua de sabor azucarado, después de que esos animales hayan asociado ese líquido azucarado a la inmunodepresión tras habérsela administrado repetidamente con ciclofosfamida, un fármaco que deprime el sistema inmunitario.»

Ben Goldacre, Mala Ciencia

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La cobertura científica, cada vez más compleja

«La cobertura informativa sobre la ciencia se ve perjudicada adicionalmente, desde luego, por el hecho de que se trata de un tema que puede ser bastante difícil de entender. Esto puede parecer un insulto a la inteligencia de personas que, como los periodistas, se vanaglorian de ser capaces de comprender la mayoría de las cosas, pero no hay que olvidar que, en tiempos recientes, se ha producido una aceleración de la complejidad de los diversos temas científicos.

Hace cincuenta años, era posible esbozar en una servilleta una explicación completa del funcionamiento de un receptor de radio de onda media, recurriendo simplemente a los conocimientos básicos de ciencia de nuestra formación escolar, y se podía incluso fabricar en un aula un aparato radiofónico que, en esencia, era igual que los que se instalaban en los coches. Cuando nuestros padres eran jóvenes, podían arreglar sus propios automóviles y entender la base científica de la mayoría de las tecnologías que usaban de forma cotidiana, pero esto ya no es así hoy en día. Incluso un «cerebrito» aficionado a las telecomunicaciones tendría problemas para explicar cómo funciona un teléfono móvil, porque la tecnología se ha vuelto sumamente más complicada de entender y explicar, y porque los aparatos de uso cotidiano han adquirido tal complejidad que se han convertido para nosotros en una especie de «cajas negras» indescifrables. Y semejante complejidad puede antojársenos un elemento siniestro que nos desarma intelectualmente. Ahí yace el germen de nuestras actuales tribulaciones».

Ben Goldacre, Mala Ciencia

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Algunas cosas que no sabías sobre el placebo (IX): Decir que te curas, cura

«Hasta los gurús de los llamados estilos de vida saludables han sido analizados, por ejemplo, en un elegante estudio que examinó el efecto de que nos digan simplemente que estamos haciendo algo bueno para nuestra salud.

Ochenta y cuatro mujeres que trabajaban en el servicio de habitaciones de diversos hoteles fueron repartidas entre dos grupos: a unas se les dijo que limpiar las habitaciones era un «ejercicio positivo» para ellas y que «cumplía con las recomendaciones del Ministerio de Sanidad sobre lo que debía ser un estilo de vida activo», y se les dieron explicaciones adicionales de cómo y por qué. Las del grupo de «control» no recibieron esta alentadora información y siguieron limpiando habitaciones de hotel como siempre. Cuatro semanas después, las mujeres del grupo de las «informadas» tenían la percepción de estar haciendo sustancialmente más ejercicio que antes y evidenciaban una disminución significativa de peso, grasa corporal, ratio cintura-cadera e índice de masa corporal, pero, sorprendentemente, ambos grupos seguían declarando realizar la misma cantidad de actividad que antes.»

Ben Goldacre, Mala Ciencia

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Sobre el nuevo nutricionismo

«Ahora bien, los nutricionistas no se detienen ahí, porque no pueden: tienen que fabricar una mayor complejidad para justificar la existencia de su profesión. Estos nuevos nutricionistas tienen un serio problema comercial con la evidencia empírica. No hay mucho campo profesional ni muchas patentes que edificar sobre un consejo tan básico como «cómete la verdura», así que han tenido que llevar las cosas un poco más lejos. Pero, por desgracia para ellos, las intervenciones técnicas, confusas, excesivamente complejas y formuladas a base de retoques que promueven −las enzimas, las bayas exóticas− no están en muchos casos sustentadas por en pruebas convincentes.

Y no será por falta de análisis. No estamos ante un caso de hegemonía médica desde la que se desatienden las necesidades «holísticas» de la población. En muchos casos, se han llevado a cabo investigaciones específicas y éstas han mostrado que las afirmaciones más concretas de los nutricionistas son, en realidad, incorrectas. El cuento de hadas de los antioxidantes es un buen ejemplo. Las prácticas dietéticas sensatas −aquéllas aquellas que todos conocemos− mantienen su validez. Pero la complicación excesiva, injustificada e innecesaria en la que envuelven esos consejos dietéticos básicos es, a mi juicio, uno de los más graves delitos del movimiento nutricionista. Como ya he dicho, no creo que sea excesivo hablar de consumidores paralizados por la confusión ante las estanterías de los supermercados como una de sus consecuencias.

(…) ¿Qué pueden hacer ustedes al respecto? Ahí está el problema. El mensaje más importante que hay que interiorizar con respecto a la dieta y la salud es que, si alguien se expresa con un tono de certeza absoluta al hablar de estos temas, les estará diciendo algo básicamente incorrecto, pues las pruebas de causas y efectos en este ámbito son casi siempre débiles y circunstanciales, y los cambios de la dieta de individuos concretos pueden no tener relación alguna con los problemas que se desean tratar».

Ben Goldacre, Mala Ciencia

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Algunas cosas que no sabías sobre el placebo (VIII): El poder de los marcapasos apagados

«Un estudio sueco fechado a finales de los años noventa mostró que una serie de pacientes con marcapasos instalados pero no encendidos habían mejorado de su afección cardiaca (aunque no habían mejorado tanto como para estar igual de bien que las personas que llevaban marcapasos encendidos, que quede claro). Más recientemente aún, un estudio de un tratamiento «angioplástico» de muy alta tecnología que incluía el uso de un gran catéter láser (todo con un pretendido aire de cientificidad) mostró que el tratamiento de pega era casi tan eficaz como el procedimiento real.»

Ben Goldacre, Mala Ciencia

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El «truco» legal para vender remedios sin eficacia ni vigilancia

Por Fernando Frías (El fondo del asunto)

Una de las cosas que, en un rapto de optimismo, habría que esperar de los políticos es que se dejasen guiar por la evidencia, al menos cuando resulta prácticamente incontrovertible. En la realidad que nos rodea hay muchas «zonas grises», pero hay también datos que son palmarios: o los teléfonos móviles causan interferencias en los aparatos de medida de las gasolineras o no los causan (o provocan o no provocan incendios); o funciona realmente eso de la publicidad subliminal o no es más que una leyenda urbana.

Pero claro, los políticos no funcionan realmente así. De modo que tenemos que apagar el móvil al repostar combustible y los publicistas tienen prohibido recurrir a un método que, de todos modos, no funcionaría.

Y los remedios homeopáticos se venden en farmacias como si fueran medicamentos.

El régimen legal europeo sobre medicamentos, que empezó a gestarse en los años sesenta del pasado siglo, se basa en la evidencia científica: antes de poder sacar un producto al mercado, los laboratorios deben acreditar ante las autoridades sanitarias su seguridad y su eficacia. Y, a lo largo de la vida comercial del producto, los sistemas de farmacovigilancia se encargan de comprobar si las nuevas evidencias y los datos obtenidos por el uso del producto confirman o no esa seguridad y eficacia. Todos conocemos casos de medicamentos que han sido retirados del mercado por producir efectos adversos que pasaron inadvertidos durante la fase de evaluación previa a la autorización (generalmente porque afectan a un porcentaje tan pequeño de sus usuarios que no pudieron ser detectados en los estudios clínicos) o porque nuevas pruebas científicas han puesto en duda su eficacia. Y aunque no los lleguemos a conocer, son muchos más los casos de productos que ni siquiera llegan a salir al mercado, por no conseguir demostrar que realmente sirvan para algo.

Este sistema, sin embargo, dejaba fuera de juego a los productos homeopáticos. Por su proceso de elaboración, los productos homeopáticos contienen cantidades mínimas o, más frecuentemente, ni una sola molécula de principio activo, y como es lógico no han conseguido nunca demostrar una eficacia mayor que la de cualquier otro placebo. Sin embargo, aunque su participación en el mercado de los medicamentos es inferior a la que los propios homeópatas proclaman, sigue moviendo grandes sumas de dinero y resulta un sector económicamente importante, en especial en países tan influyentes como Francia o Alemania.

De modo que, en 1992, la Unión Europea aprobó una Directiva específica para la autorización como medicamentos de los productos homeopáticos, con una característica especial: permitía su aprobación a través de un procedimiento simplificado mediante el cual los fabricantes no tenían que demostrar la eficacia de sus “remedios”. Las excusas empleadas para aprobar esta excepción al régimen general de los medicamentos fueron la imposibilidad de aplicar los sistemas científicos de evaluación de la eficacia a unos tratamientos que, según los homeópatas, son altamente personalizados, y la necesidad de proteger a las grandes industrias homeopáticas. El primer argumento es falso (como decíamos, sí se han efectuado numerosas evaluaciones de eficacia de los productos homeopáticos; lo que pasa es que ninguno de ellos las ha superado), y además es contradictorio con el segundo: la idea de unos tratamientos absolutamente individualizados no parece compatible con la elaboración industrial y venta libre de los remedios.

En la actualidad las Directivas vigentes mantienen esa extraña singularidad en el tratamiento de los remedios homeopáticos, aún más llamativa si tenemos en cuenta que otras normas europeas exigen que las afirmaciones sobre las propiedades de cualquier otro tipo de producto sean debidamente acreditadas como veraces. Si usted tiene la ocurrencia de vender un chicle asegurando que permite hacer los globos más grandes se expone a multitud de sanciones si no lo demuestra debidamente, pero si vende unas bolitas de azúcar asegurando que se trata de un medicamento homeopático con propiedades sedantes nadie podrá decirle nada aunque en realidad no provoque ni un bostezo.

Y aunque su supuesto medicamento no esté autorizado: a pesar de ese régimen benévolo, a estas alturas las autoridades sanitarias españolas no han autorizado ni un solo producto homeopático, pero toleran su venta. Gracias a esta política de hacer la vista gorda nuestro mercado se ha llenado de productos que no podrían venderse legalmente ni siquiera acogiéndose al procedimiento simplificado, pero a los que les basta con poner en su etiqueta el letrerito de “medicamento homeopático” para lograr que las autoridades miren hacia otro lado.

Que es lo habitual en estos casos. Hace poco más de un año la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados pedía al Gobierno que reconociera oficialmente a la homeopatía como “acto médico”. Y por esas mismas fechas, el “Grupo de Terapias Naturales” formado por el Ministerio de Sanidad y las Consejerías de varias Comunidades Autónomas hizo entrega de su documento titulado “Análisis de situación de las terapias naturales”, en el que reconocían que la homeopatía no cuenta con evidencias científicas que avalen su eficacia. Como ven, no tenían ni que haberse molestado en redactarlo…

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La única defensa somos nosotros mismos

Dada la especialidad de Ben Goldacre, Mala ciencia se aproxima a la pseudociencia desde una perspectiva médica, arremetiendo contra la homeopatía, el nutricionismo, las curas milagro, el movimiento antivacunación, las malas prácticas de las empresas farmacéuticas, la estupidización de la cobertura informativa de los temas científicos y las alarmas sanitarias mediáticas (…) Y es que ante el continuo bombardeo de noticias tendenciosas y de dudosa credibilidad, la única defensa que tenemos somos nosotros mismos y nuestra capacidad para pensar con lógica.

Leer el resto de la reseña en Entomoblog, de Jesús Espí

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